Hace tan solo unos días, nos animamos a hacer un pequeño tour por la Rioja alavesa para conocer mejor sus vinos, entre ellos, los de Bodegas Campillo. Esta popular subregión vitivinícola de Rioja es una de las más reconocidas y apasionantes de España. Es todo un placer para los sentidos para todos los que nos apasiona el mundo del vino.
Finales de septiembre, con el otoño recién empezado y todos los preciosos cambios visuales que trae consigo. Nos montamos en el coche dispuestos a pasar 36 horas entre vinos y viñedos, chuletas, estrechas callejuelas de otra época y preciosos atardeceres. Nuestra primera parada será Laguardia, uno de los pueblos más bonitos de toda la zona y lugar donde se ubica Bodegas Campillo.
El propósito de nuestro viaje era disfrutar de una visita guiada y de una cata de algunos de sus reconocidos vinos. El trayecto hasta llegar a la bodega fue todo un espectáculo. Condujimos por una serpenteante carretera vigilada por viñedos, que a su vez, eran custodiados por pueblecitos situados en pequeñas elevaciones del terreno. Todo ello a los pies de la preciosa Sierra Cantabria.
Son las 11 de la mañana. Aparcamos frente a la entrada al edificio (estilo chateau), que está rodeado de 50 hectáreas de viñedos. La vendimia ya estaba en marcha. Comienza nuestra experiencia.
Nuestra experiencia en Bodegas Campillo.
Primeros pasos: historia y orígenes.
Dos expertas en la materia fueron las encargadas de guiar nuestra visita. Otras siete personas de otros lugares del país, entre ellas un niño, nos acompañaban en esta experiencia.
Comenzamos con la historia sobre el origen de la bodega, mientras conocíamos las motivaciones para diseñar el edificio al estilo chateau y los entresijos técnicos de cada estancia, con su bonita escalera de caracol y su forma de estrella.
Bodegas Campillo pertenece a un grupo con una marcada tradición vinícola, la Familia Martínez Zabala. Fueron Julio Faustino Martínez y sus hijos los que idearon el proyecto allá por el año 1988. Su sueño era construir una bodega única, donde poder expresar su pasión por el mundo del vino. Dos años más tarde, en 1990, el sueño se hizo realidad, y se inauguró lo que por aquel entonces era una bodega única en la región.
Un detalle a tener en cuenta es que la Familia Martínez Zabala es muy amante del arte, así que la primera etapa de la experiencia estaba estrechamente relacionada con él. Tuvimos la suerte de poder pasear por su zona de exposiciones artísticas y observar las obras allí expuestas. Unos minutos de deleite y tranquilidad, antes de entrar en la actividad principal de la bodega, el vino.
Sala de crianza y botellero de Bodegas Campillo.
La siguiente fase de la visita nos aventuró por las salas de crianza. Varias estancias de gran tamaño y con las condiciones ambientales óptimas, gracias a un sistema de ventilación muy eficaz, iluminación tenue y una temperatura constante.
Allí, nos encontramos con unas 800 barricas del tipo bordelesas (225 litros de capacidad), de las cuales el 60% son de roble americano y el 40% restante de roble francés. La diferencia entre ellas, es que el roble americano aporta aromas y sabores más dulces (ej. vainilla, caramelo) y el roble francés notas más intensas, como torrefacto o clavo. Te aseguro que los aromas de la madera flotaban en el ambiente.
A continuación, nos adentramos en uno de los secretos mejor guardados de la bodega, la zona donde el vino realiza su crianza/estancia en botella. Sin duda, un lugar único y especialmente bonito, ¡donde nos sentimos pequeños al estar rodeados por 1.250.000 de botellas!
La mayoría de las botellas eran de Campillo crianza y el resto estaban repartidas entre Reserva y Gran Reserva. En líneas generales, la elaboración de los vinos de Campillo se hace con más crianza de la que exige el Consejo Regulador. Ejemplos:
- Campillo Crianza: 18 meses de crianza en barrica.
- Campillo Reserva: 24 meses de crianza en barrica y 24 meses de estancia en botella.
- Campillo Gran Reserva: 6 años de crianza total, divididos a partes iguales entre barrica y botella.
La última zona de esta fase nos llevó a los nichos privados, donde empresas o particulares pueden guardar sus botellas de vino, asegurándose así de que se mantienen en las condiciones ideales. Al entrar, mirando al frente y hacia arriba, colgaba la placa del Museo Guggenheim, con algunas botellas en su interior. Estas botellas son las que quedaron sin abrir de la añada se sirvió en la cena de inauguración del famoso museo bilbaíno.
De pronto, a la derecha de los nichos vislumbramos una luz amarilla que destelleaba sobre una pared verde. Allí nos esperaba una estancia majestuosa, presidida por la mesa en la que se firmó el acuerdo para establecer el museo Guggenheim en Bilbao. La mesa parecía ser observada por algunas de las mejores añadas de Campillo Gran Reserva que estaban frente a ella.
Degustación de vinos en la sala de catas.
Después de disfrutar del tour por la bodega, nos dirigimos a la sala de catas para probar tres de los vinos de Bodegas Campillo. Los vinos elegidos fueron Campillo Rosé 2023, Campillo Reserva 2018 y Campillo 57 2016. La selección me vino como anillo al dedo, ya que yo conocía cinco de sus vinos, pero ninguno estaba entre los elegidos.
Los vinos se maridaron con tres canapés (queso azul, pimiento de piquillo y trufa) y se analizaron las principales características de cada uno de ellos. En mi opinión, puntúan muy bien el Rosé y el 57, ya que muestran un equilibrio perfecto entre complejidad aromática y paso por boca. El Reserva se me quedó un escalón por debajo, pero es un vino muy afinado y aromático.
La cata transcurrió en un ambiente distendido, en el que pudimos charlar con las guías y con el resto de visitantes, quedando todos muy satisfechos. Además, se nos obsequió con un pequeño detalle para recordar nuestra experiencia. Cuando miramos el reloj, habían pasado dos horas desde el inicio de la visita y no nos habíamos percatado de ello, señal inequívoca de que había merecido la pena.
Por qué merece la pena disfrutar de una experiencia en Bodegas Campillo.
Salimos de Bodegas Campillo, no sin antes comprar vino y charlar con las guías, muy satisfechos. Pero nos faltaba algo. No habíamos pisado los viñedos. Así que, nos adentramos entre viñas hasta toparnos con los bonitos racimos maduros. Probamos uva Tempranillo, como sabes, la variedad autóctona de Rioja y estrella también en gran parte del país. Se deshacía en la boca, con poca acidez y un dulzor ideal. Esperaremos con ilusión y paciencia los vinos elaborados con esta añada.
Al cabo de unos minutos, nos subimos al coche y continuamos nuestra ruta, pensando que una visita a una bodega de semejante calado merece mucho la pena. Es la forma perfecta de profundizar en una zona vitivinícola destacada, conociendo su historia y características, mientras aprendemos sobre unos vinos concretos y una forma de entenderlos única.